No saquemos jamás los tesoros consagrados de la casa de Jehová para apoyarnos en algo más
Llegó el momento. Han pasado varias decisiones como esta, pero algo le hace pensar que al salir del salón no será el mismo. Cada vez late con más fuerza su corazón, impulsado por un conflicto interno, y desesperado al no hallar la respuesta…
Entra al salón, y el asiento exageradamente helado le hace despertar y, por breves instantes, recordar donde se encontraba: Examen de grado para su Licenciatura.
Voltea para sacar un lápiz, y la curiosa mochila anaranjada trae a su memoria todo lo que vivió la noche anterior: mientras visitaba a su madre en el hospital, Dios lo llevó a hablarle a una enfermera de turno, y el proceso de liberación de los paradigmas que el diablo había puesto en ella tomó casi toda la noche; pero fue libre de su esclavitud.
Y lo que concluyó el racconto que estaba viviendo fue la lapicera gastada por las semanas de repaso intensivo que acarreaba desde hacían dos meses. Dos meses donde se aisló casi de todo, inclusive de Dios.
Luego rinde el examen, el cual concluyó al cabo de seis horas.
Totalmente agotado, toma el metro de vuelta a su casa. Por inercia saca la Biblia que lo había acompañado por toda su vida universitaria. Pero esta se abrió casi sola, y un pasaje subrayado saltó a su vista: la historia del rey Asa. Y verso tras verso, las lágrimas comienzan a correr por su cansado rostro…
“Asa fue un rey de Judá, y Dios lo consideró de corazón perfecto. Solo tubo una falla: cuando Israel le declara la guerra, este rey decidió enfrentarla de manera distinta a la ocasión anterior, en la que, confiando en Dios, derrotó a un ejército de 1.000.000 a pie y 700 carros etíopes.
Lo que hizo fue tomar los tesoros que había consagrado al templo de Jehová y enviarlos de regalo al rey de Siria, para que se aliara con él y atacara a Israel por la espalda.
Luego gana la guerra y se lleva un botín, pero es reprendido por un profeta, el que le dice que Dios le habría entregado no solo Israel, sino también Siria, si se hubiese apoyado en Jehová en vez de buscar ayuda en otro rey.”
Con pesadez saca su agenda, y rememora el compromiso que había tomado con Dios al iniciar su carrera: buscarle siempre a Él primero, consagrando un tiempo diario como su “tesoro” para Dios.
Si, había fallado a su promesa, se había apoyado en desarrollar al máximo sus conocimientos para el examen de grado, abandonando el tiempo que le había destinado a Dios.
Pero algo brilló en su interior, una luz de esperanza proveniente del Creador: Asa siguió enojado hasta la muerte, mientras que él estaba totalmente arrepentido y dispuesto a cambiar, a recuperar los tesoros que había regalado y devolverlos al lugar que les corresponde.
Ya en su habitación, dobla las rodillas frente a su cama y más lágrimas caen, pero ahora vienen cargadas de una mezcla de arrepentimiento y felicidad.
Este chico rescató y devolvió los tesoros que ya le había consagrado a Dios; y cada uno de nosotros también los tiene: nuestro tiempo, dinero, abstinencia o pactos personales.
No saquemos jamás los tesoros consagrados de la casa de Jehová para apoyarnos en algo más. Y si ya lo hemos hecho, rescatémoslos y devolvámoslos al lugar que les corresponde.
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