Llamados a ser santos
Por María Carmen Serrudo de Arana
Era un joven fuerte e inteligente, su padre le había enseñado su habilidad del negocio, y su buena cuna hicieron de él alguien que tenía mucho de que gloriarse y exaltarse. Su profunda educación con famosos y expertos maestros, y la defensa de su cultura, le dieron los bríos para tener la absoluta certeza de que lo que hacía siempre era lo correcto. Su justicia e integridad le ganaron campo en su medio social, dándole autoridad suficiente para hacer justicia en el momento propicio.
Todo iba muy bien, hasta que un día en que cumplía estrictamente su deber, ocurrió lo inesperado que lo obligó a dejar su negocio, su posición y su círculo social. Se alejó de su ciudad y fue a adiestrarse en otro "negocio", luego de varios años retornando a su ciudad natal, la gente le temía, desconfiaba de él, lo despreciaba y lo atacaba.
Pero él con toda la energía y conocimiento acumulados en su niñez, juventud, y en el tiempo de entrenamiento fuera, enfrentó aquel cambio tan profundo no solo externo y social, sino ante todo espiritual.
Su nombre era Saulo, judío de judíos, nacido en Tarso, instruido a los pies de Gamaliel, estricto en la ley de sus padres, celoso de Dios, perseguidor de los cristianos que no perdía la oportunidad de apoyar su ejecución y persuadir en las sinagogas en contra de ellos. Consiguió cartas para buscarlos incluso en Damasco.
Pero todo lo hacía convencido en lo más profundo de su corazón, por una fidelidad y un celo para agradar al Dios de sus padres. Por ello, luego del llamado de Jesucristo, la sorpresa que produjo no fue pequeña.
Su propia gente lo despreció y lo odió. Los demás cristianos lo despreciaron y le temieron, desconfiaban de su conversión, pero solo Dios conocía el cambio profundo y dramático que le había acontecido.
De igual manera, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, durante su vida terrenal fue juzgado, criticado y condenado por decir la verdad. Muchos de los cristianos hoy en día somos igualmente juzgados y despreciados por querer luchar contra el pecado y el mal. Somos llamados justicialistas e integralistas, con menosprecio y burla. Por nuestra parte, juzgamos y criticamos a aquellos que consideramos hijos de las tinieblas, pecadores y hasta blasfemos, por el solo hecho de que no siguen nuestra misma fe. Pero, la historia se repite...
Pablo juzgó, persiguió y condenó a aquellos que a sus ojos estaban blasfemando e iban en contra de las leyes del antiguo pacto al seguir un nuevo pacto. Para él era una falta tal que merecía incluso la muerte. Pero Pablo hizo aquel nuevo pacto vida en su ministerio.
De perseguidor pasó a ser perseguido, de juez pasó a ser juzgado, de la letra de la ley, pasó a la ley del Espíritu Santo que habita en los corazones, y su odio fue transformado en amor. Toda persona que no ha tomado la decisión de seguir a Jesucristo y aceptarlo como su único y suficiente Salvador, está igual que Saulo. Es fiel a su "religión", a la cual no quiere y ni desea renunciar.
Con su tradición cree estar sirviendo al Dios que un día de niño empezó a conocer, pero aún no experimentado ese cambio radical del llamado, un cambio que no será un cambio de religión, sino un cambio de corazón y de vida.
Tal vez usted aun no ha tenido un encuentro personal con Jesucristo y aun no ha nacido de nuevo, tal vez aun sea como Saulo, haciendo lo mejor por agradar a Dios.
Tal vez es juzgado y criticado por amigos y familiares, o por otros cristianos, y es probable que usted también los juzgue a ellos.
Si usted está en esa condición, recuerde que Jesucristo está tocando a su puerta. Lo esta llamando por su nombre y le dice: "¿Por qué me persigues? ¿Por qué me juzgas? ¿Por qué me criticas? ¿Por qué no sigues mis pasos?"
Cuando usted escuche esa voz, y la reconozca y la siga, el poder de Dios por medio de su Espíritu Santo lo deslumbrará. Quedará deslumbrado al darse cuenta de las maravillas que le está ofreciendo.
Él le está ofreciendo pertenecer a su familia. Él quiere que su apellido espiritual sea "Santo". Y ya no será más el pecador que lucha por ser santo, sino que será el santo que lucha por no pecar.
Sí, luchará por ser fiel a Dios, luchará por utilizar la poderosa fuerza de su Espíritu Santo para vencer las tentaciones, y entonces, sus caídas estarán protegidas por las manos de Dios. Tendrá luchas pero ya no con pecadores, sino con el pecado mismo. Se acercará a Dios, y el demonio huirá de su vida y su camino.
La mejor analogía es aquella que diferencia entre una oveja y un cerdo que caen en el fango. La reacción de la oveja será de desesperación y gemirá pidiendo ser sacada de allí, y recién podrá sentirse en paz cuando haya salido y se encuentre en un lugar limpio y seco. En cambio, el cerdo al caer en el lodo también gime, pero de placer. Se introducirá aún más y se revolcará tratando de disfrutar a lo máximo del sucio lodo.
De igual forma, el hombre nacido de nuevo es igual que la oveja, cuando cae en el pecado o se halla en un ambiente de pecado, gemirá, se sentirá incómodo, y se esforzará por librarse de aquella contaminación espiritual.
En cambio, el pecador, el que aún no ha sufrido el cambio de la conversión, no sentirá ninguna diferencia, sino, por el contrario, se sentirá como en su medio y disfrutará de los deleites del pecado.
Pero, la decisión es suya. ¿Quiere ser manso como una oveja, rechazar el pecado y luchar contra él, o prefiere ser como el cerdo que se complace en el pecado? Ahora es el momento, el Señor está llamándolo a un cambio.
Ahora es el momento de tomar su decisión de fe, seguir a Jesucristo como el único camino al Padre, y recibirlo en su corazón y en su vida como su único y suficiente Salvador. Diríjase a Dios.
Él lo está esperando con los brazos abiertos y con el anhelo de hacerlo su hijo y coheredero con Jesucristo. Entonces su vida será la que resplandezca, sus ojos verán de diferente manera, sus oídos oirán diferentemente, y su boca proclamará la gloria de Dios.
Sobre todo, su corazón se llenará de tanto amor que de cada célula de su cuerpo fluirá el Espíritu de Dios. Su vida cambiará y se llenará de esperanza y confianza en un Padre que lo ama y que quiere caminar junto a usted y sostenerlo en los momentos difíciles de su vida.
¿Está dispuesto a enfrentar tan grande experiencia? Si es así, manos a la obra, Jesús lo esta esperando.
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